domingo, agosto 24, 2014

Navegante

Terminé un libro. De uno de mis autores favoritos. Sólo con palabras me llevó a tomar sol en sus bahías. Magistralmente me hizo vagar por canales tranquilos hasta que un ciclón surgido de su mente retorcida me arrastró, me zarandeó, me dejó sin aliento. Me mostró paisajes inigualables, magníficos, obsesionantes. Me aferré a sus palabras, eran las olas me iban a depositar en la costa, sana y salva, con la satisfacción de volver a tierra firme pero sabiendo que era el final del viaje. Me soltó la mano en la última página y quedé a la deriva de nuevo. Soy un bote que pasea sus ojos ansiosos, ávidos por todos los títulos y nombres que ve sin recalar en ninguno. Voy tocando los bordes de playas de papel y tinta sin que ninguna me haga anclar. La tentación de volver al puerto conocido es grande, hay pasajes dignos de sumergirse en ellos por segunda vez. Pero no tan pronto, esa comodidad me aleja de posibles nuevos mares.

Tuerzo el rumbo, recorro con los dedos las tapas de costas incógnitas y pendientes, empezando por aquellas que vinieron a mi memoria a raíz del último viaje. Aquellas que ya figuran en mi bitácora también son tentadoras otra vez y hacen sonar sus voces insinuantes, sentadas en alguna piedra o isla en medio de la biblioteca. Hago caso a sus ecos, tomo uno y lo hojeo. Me pierdo en sus letras, una sirena me muestra su pelo lleno de caracolas tintineantes y me convence por un momento de que no recuerdo el final. No sabe que tengo un truco para librarme de su hechizo: navego directo al último párrafo y la vuelvo a dejar en su lugar. Su voz se apaga. 

Floto entre distintas tapas, sus tactos me tientan: satinados, ásperos, pegajosos, suaves, duros, blandos, resecos. A veces son sus aromas, a tinta fresca, a usado, a papel casi virgen de miradas. El próximo recorrido será en el mar alucinado y de colores cambiantes de una novela de ciencia ficción, con instrumentos de navegación apenas vislumbrados en esta época. O mejor uno de fantasía, donde los protagonistas adquieran poderes especiales o pierdan la memoria por su solo contacto. Pero quizás este bote no está listo aún para emprender semejante viaje y prefiera la quietud de un lago de haikus. Es tan pequeño que lo recorro casi completo sin llegar a sentarme. Una novela negra arroja su luz inconstante de faro para orientarme. Tampoco me quedo en esa orilla, ya me arrastran unos cuentos en su corriente, mi bote ahora es un kayak y salta entre las historias, me dejo llevar por las palabras. Sin brújula ni mapa navego de nuevo a mi gusto por todos los mundos, propios y ajenos, atemporales.
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