jueves, marzo 22, 2007

Tarea olvidada




Salgo muy dormida de casa. Muy dormida. Tan dormida que tengo ojos rasgados y apenas entiendo qué estoy haciendo. Pasan tres, sí, tres 132 pletóricos de pasajeros, a los que ni siquiera hago seña porque sé que no paran. Llega el cuasi-lleno y para. Subo escuchando la radio -para tratar de darme cuenta de que ya estoy en el mundo de los mortales y no más en el onírico- y paso cómodamente hacia el único asiento vacío. Paso y me siento, sorprendidísima en el fondo de mi único nervio despierto, porque es la primera vez que me pasa esto desde que tomo el colectivo a esa hora. El chofer comienza a dar voces de algo que no escucho y menos comprendo. Supongo que está gritándole al pasaje que tenga la delicadeza de ofrecerle un asiento a la "embarazada" que acaba de subir (yo), cosa que me sucede mañana de por medio, según la ropa que elija usar y que, acorde al humor que tenga, ignoro o explico que sólo estoy gorda. Pero no. El señor -no The Lord, si no un señor común- sentado a mi derecha me codea y dice: "A vos te habla". Por su tono, falta que termine la frase dirigiéndome algún epíteto descalificativo. Con mi clásica velocidad matinal de reacción, me desprendo uno de los auriculares y hago un enorme esfuerzo -sin levantarme- por entender qué diantres vocifera el chofer. Entre tinieblas cerebrales intuyo que dice algo así como ".. boleto, pase...?". En ese instante el cosmos tuvo sentido. Más bien, la moneda de un peso en mi mano tuvo sentido. Y mi piloto automático interior cumplió con su tarea olvidada: me hizo dirigirme hacia la máquina expendedora de boletos para obtener uno, al tiempo que con una conmovedora e imponente cicatriz de lucha de almohada en mi cachete derecho, le dije al chofer: "Perdón, estoy muy dormida". Todavía con un poco de telas de araña y musgo entre mis neuronas, noté que el caballero hizo un chiste. Nunca sabré qué dijo, pero reí y volví a mi asiento con el boleto en la mano.
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